jueves, 21 de enero de 2010

Qué nos ha pasado para que nos pase. Hermenéutica y heurística en el estudio de la historia.


     La pregunta sobre qué nos pasa no puede eludir la concerniente a qué nos ha pasado. En historia, las cuestiones heurísticas, que se relacionan básicamente a la investigación de las fuentes; las cuestiones concernientes a la hermenéutica, referidas a la ardua temática de la interpretación; y las pertinentes a la así llamada “pragmática” que conciernen a los efectos de interpelación que la hermenéutica proyecta tanto en el historiador mismo como en su lector, echan sus raíces –históricas y reflexivas- en surcos propios de la filosofía. Tienen que ver con la cuestión del significado y del sentido del hacerse mismo de la historia, no ya ésta en cuanto relato, sino en cuanto realidad del proceso mismo del constituirse el hombre –tanto personal como comunitariamente-en cuanto entidad específica e individualmente diferenciada en el orden de las entidades existentes en la naturaleza. Esta cuestión acerca del sentido de la historia como proceso óntico –no ya como relato- comienza a tomar cuerpo a partir de fines del Renacimiento, a corporizarse a fines del siglo XVIII y a emprender su camino hasta hoy en que, incluso, se ha hablado del “fin de la historia”. No me detendré en la historia de la filosofía de la historia, es decir, en la reflexión que a través de los tiempos se ha venido desarrollando sobre la historia en cuanto relato y en cuanto proceso óntico. Sólo valga recordar que la vigencia de la interrogación sobre el sentido se ha iniciado con el desarrollo de la centralidad del hombre como sujeto en la historia misma del pensamiento occidental.

     La historia supone implícitas visiones filosóficas respecto de la temporalidad humana tanto individual como social, es decir, de la historicidad misma en cuanto especificidad propia de lo humano. Visiones que influyen –advertida o inadvertidamente- en la interpretación que el historiador habrá de formular respecto de lo acaecido. Es claro que, si toda hermenéutica tiene que ver con el significado, la interpretación del historiador no puede omitir la pregunta sobre el significado que, para el presente desde el que se historiza, implican los hechos o procesos investigados del pasado.

     Esto último es de significativa importancia. No ha de ser la investigación histórica refugio alienante respecto del presente. De serlo, desnaturalizaría su índole epistémica al situar al investigador fuera de su tiempo que es el presente. Es éste, el presente, el que siempre, en pro de su propia inteligibilidad, desde su misma realidad interpela al pasado. Podría afirmarse que no hay historia si no es a partir de esta interpelación. De nada vale investigar el pasado si lo que en realidad –en definitiva- cuenta no es la interpretación del presente. Es éste, el presente, nuestro presente, el que demanda perentoria inteligibilidad ya que en él se desarrolla esa vida de todos los días –Lebenswelt- que es la única que nos define como vivientes y en la que nos desarrollamos como tales. Y esta demanda emerge de la demanda misma de inteligibilidad que todo presente plantea en orden a resolver las interpelaciones a actuar emanadas de la cotidianeidad misma que lo constituye como presente. Sólo desde la exigencia interpretativa –hermenéutica- que ejerce el presente es posible la construcción de historia que a cada generación compete y de la que cada generación es responsable frente a sí y a las generaciones venideras para las que el presente de hoy habrá de ser el pasado a investigar en el mañana.

     Como contrapartida a esto –saber en orden a comprender para sabiamente actuar- con frecuencia se cede el paso a esa vacía erudición recolectora de datos que, a la vez que impide la intelección del presente, obstaculiza una real comprensión del pasado.

     Quizá valga subrayar esa añeja distinción entre historia entendida como proceso óntico propio del devenir humano -la historia como hechos realmente acaecidos- e historia como investigación de los mismos. Es decir, historia como realidad acontecida e historia como intento narrativo e interpretativo de la misma.

     La historia como realidad acontecida siempre se mantendrá esquiva al conocimiento del historiador. La historia narrada será siempre una aproximación a la historia en cuanto realidad de un proceso de interacción humana. El vacío nunca colmable entre ambas es de extensión asintótica, es decir, de límites siempre cercanos a la vez que inalcanzables. Ésta limitación es inherente a la epistemología de la historia como saber concerniente al pasado. Y es esta condición limitante el fundamento de la diversidad existente entre distintos historiadores respecto del grado de significatividad de los hechos recogidos y, en consecuencia, de las hermenéuticas –o interpretaciones- implicadas... A su vez, la significatividad atribuida a los datos recogidos es contextual a la hipótesis interpretativa que subyace a la selección misma de los datos operada por su búsqueda, es decir, por la heurística. De este modo, ya hay una hermenéutica –una dimensión de exigencia interpretativa- subyacente y operante en la investigación propia de la heurística, una interpretación que opera en la búsqueda y selectividad de los datos mismos en orden a reconstruir el sentido que a cada uno de ellos inviste y al sentido emergente de la totalidad sistémica de los mismos.

     Así heurística y hermenéutica se interpenetran. De ésta interpenetración sistémica de ambas emerge una exigencia pragmática, es decir, generativa de una respuesta activa a la interpelación que la historia consignada por el historiador induce en el receptor de lo narrado instalado en el presente... De este modo, hechos históricos, heurística, hermenéutica, interpelación, pragmática y acción son fases del proceso por el cual el relato histórico resultante se torna operante en una sociedad. En esto radica, a mi entender, la dignidad y la responsabilidad sociohistórica en su génesis inductora de transformación del presente -y, si se quiere, pedagógica y educativa- propia de la actividad historiográfica.

     Por último, en esta instancia epistémica de mi exposición, valga subrayar la distinción entre realidad y relato, distinción que, a su vez, torna comprensibles las distintas motivaciones que inducen la labor investigativa en el historiador. ¿Qué es lo que lo induce a investigar? ¿La historia como narración de hechos, personajes y procesos acontecidos en el pasado o la comprensión del presente a partir de ese pasado mismo que lo constituye y condiciona en cuanto tal?

     La pregunta sobre qué nos pasa no puede eludir la concerniente a qué nos ha pasado. Ésta es tributaria de la primera. El conocimiento del pasado es instrumentalmente imprescindible para entender el presente. Todo interés en verdad auténtico por el pasado responde a un interés auténtico por el presente. Toda interpelación del pasado obedece, en última instancia, a una consciente o no, interpelación al presente. Sin la pasión intelectual por entender el presente, la historia que se intente será siempre funcional e instrumental respecto de ideologías –explícita o implícitamente ejercidas- que, en cuanto tales, construyen fuertes caparazones que encubren intereses en última instancia ajenos al bien común, ese bien que en cuanto unidad convivencial nos define y constituye como ciudadanos efectores de la historia. De esta consideración claramente se deduce que ha de ser propia del historiador esa suerte de arqueología de aquellas virtualidades que, habiendo echado sus raíces en el pasado, siguen dando vida, según la calidad de la mismas, al presente. “De tales fangos, estos lodos” dice una sabia y añeja sentencia castellana, refiriendo los efectos propios de toda realidad presente de raigambre corrupta.

     Una última insistencia sobre lo obvio ya enunciado. Lo obvio siempre corre el peligro de quedar sepultado en esa marginalidad propia de todo olvido. Se ha de tener siempre presente distinguir entre dos acepciones del término “historia”. Por una parte, historia como proceso y complejo entramado de hechos dados en una realidad en otro tiempo acontecida y protagonizada por hombres regidos por valores tanto compartidos como individuales, de los que conservamos testimonios fácticos pero carecemos de información fidedigna respecto de sus móviles personales generadores de los hechos narrados. E historia, como construcción de realidades, de relaciones de ellas emanantes, de procesos evolutivos o involutivos, en una palabra, historia hecha cultura operante, es decir, patrón sistémico de pensamiento, valores y comportamientos que definen la índole de un pueblo y que se revela en toda su realidad en el presente mismo que él habita.


     Desde esta integralidad cultural del presente se instaura tanto la heurística que busca el dato, como la hermenéutica que intenta su interpretación. En consecuencia, habrá una heurística de la historia, a la vez que una historia de la heurística, al igual que una hermenéutica de la historia y una historia de la misma. Subyace a esto la significativa realidad de la historicidad humana que en cada uno de sus “presentes” acude, para la comprensión de éstos, a la historia del pasado como clave interpretativa inductora del entender.

     Sin desear caer en redundancias, pero tributando a la claridad de lo aquí muy condensadamente expuesto, valga sintetizar lo dicho subrayando que la hermenéutica es interpretación desde ese presente que es el del hermeneuta. La hermenéutica es así histórica, como lo es el presente que, en pos de su propia dilucidación interroga al pasado. En consecuencia, hay una hermenéutica de la historia a la vez que una historia de la hermenéutica misma. No hay en esto contradicción alguna, sino la significativa realidad de la historicidad humana que en cada uno de sus presentes acude, para su comprensión, a una lectura de su pasado.

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