viernes, 22 de enero de 2010

¿Qué es eso de "la felicidad"?




Decía San Agustín que, si le preguntaban qué era el tiempo, no sabía qué responder, pero que sí sabía si no se lo preguntaban. Según él, se puede saber algo aunque no se lo pueda enunciar. No obstante, escribió muchas cosas sabias acerca del tiempo.
 Responder hoy a la cuestión del tiempo desde las perspectivas de las ciencias físicas es sumamente complejo. Y tan lo es que la respuesta ha de ser de alguna manera "imaginada" para poder ser entendida. Este recurso se torna imprescindible cuando es la complejidad el marco necesario desde el que las preguntas exigen respuestas. Y hoy, quizás más que nunca, se torna necesaria la labor de lo imaginario para que pueda ser alumbrado, como respuesta, el acto de entender.
 Hay otras cuestiones de las que tan sólo conservamos, como quebradizos recuerdos o apergaminadas reliquias, las palabras mismas que las contienen. Entre tales cuestiones, está la de la felicidad.
 ¿Qué es ser feliz?  Esta es hoy -en la situación histórica que se ha dado en llamar postmoderna- una pregunta peregrina, una suerte de extemporánea ocurrencia, que nisiquiera puede ser nítida e inteligiblemente planteada, porque los términos mismos que la conforman han perdido su significado, y, la posible connotación por ella arrastrada, vaciada de experiencia identificable. Es necesario retroceder a otra pegunta, realmente elemental: la que tiene por objeto la significación misma del término feliz. ¿Entonces, qué significa feliz? ¿Qué intentamos decir cuando decimos feliz?
 Es muy probable que -desprevenidamente enfrentados a esta pregunta- en el intento de hallar una respuesta nos sorprenda, a su vez, primero la impotencia y luego la ignorancia. Que nuestra cultura mediática no pueda brindarnos una ayuda efectiva, ni tampoco puedan hacerlo conocimientos específicos adquiridos desde distintos saberes. Que vueltos hacia nosotros mismos, no encontremos una definición posible de esa palabra. Y que, finalmente, tengamos que reconocer esa despiadada forma de desprotección que es la ignorancia. Sin embargo, no ha de resultarnos inútil ni este camino ni esta prueba; habremos descubierto, sin quererlo, la reiteración de una experiencia significativa y pertinente a nuestra búsqueda: la de la "infelicidad" en que nos sume toda ignorancia, y la de su encarnarse en ese nada gozoso "no sentirse bien" que indefectiblemente la acompaña. Es, sin duda, esta "esterilidad" -propia de toda ignorancia- un anticipo "vivencial" -si bien negativo e indirecto- de la respuesta buscada.
Querer salir de este estado habrá de llevarnos a esa actitud sanamente regresiva que es la de dejar de preguntarnos para comenzar a preguntar. ¿A quien? A lo único que, desde la inmediatez de la pregunta, tenemos a mano: la palabra misma, y a hacerlo desde su lengua primigenia, desde aquella que sigue hablando el ser verdadero (etimología). O, si queremos retomar la metáfora vegetal, descender a la raíz -a lo raigal- de su significado.

Es así que, desempolvando nuestra ignorancia, quizás decidamos desempolvar también algunos de esos libros que, exiliados de los anaqueles por no ser ellos ni "ciencia" ni "narrativa", yacen fríos y polvorientos en las bauleras. Quizás demos con el de A. Ernout y A. Meillet. Si así fuera, nos enteraríamos de que el felix latino -del que proviene nuestro feliz- nombra a aquello que produce frutos, que es fértil. Diríamos, entonces, que feliz es lo que fructifica; y que ello se decía, en primer termino, de los árboles que daban frutos, y, metafóricamente, de algunos humanos. Nos enteraríamos también de que luego se restringió y pasó a significar persona afortunada, favorecida por los dioses. Y no sólo en el sentido pasivo de recibir favores, sino también en el activo de darlos. De este modo, feliz resultaba ser el que, favorecido, favorecía a los otros, por lo que Servio definirá al hombre feliz como el que, siendo feliz, hacíe felices a los demás.
 En cuanto a su origen, felix se derivaría de un sustantivo fela (glándula mamaria) relacionado, a su vez, con felo (succionar), de manera que feliz seria aquel que amamanta,.., aquel que da de si.
 Tampoco dejaríamos de advertir que fructificar es hacer el fruto (como panificar es hacer el pan). Y que, entonces, la felicidad no es un estado de pasividad, sino un activo generar el fruto contenido en las raíces, lo mejor de sí desde lo más hondo de sí.
 Nos enteraríamos también de que fruto proviene de un verbo que significa gozar y de que, en consecuencia, el gozo -de alguna manera- le pertenece. Como si éste fuera el ámbito y la sustancia tanto del hacer y del dar fruto, como del fruto mismo y de su ser compartido. En realidad, hacer, dar fruto es gozoso, y el fruto es gozo del que lo da y del que lo recibe.
 En una palabra, si atendemos al uso de los orígenes y al origen del significado, cabría decir que feliz es aquel que da fruto y, así, alimenta. Y que, cuando esto acontece, el fruto y la fruición son gozosos. Muchas cosas se nos tornan, así, comprensibles. Y, entre ellas, que no hay felicidad sin gozo.


¿Hasta dónde nos ha llevado la búsqueda de la etimología, de ese ser verdadero de la palabra? En realidad, hasta tan cerca de nosotros mismos que la sensación que nos produce es la de casi no habernos movido. En realidad, nos percatamos felices -gozosos- cuando sentimos que algo en nosotros, desde nuestro hacer de verdad raigal, fructifica; que ese algo ve la luz del sol y se ofrece a nuestros semejantes. Así de simple y transparente es la felicidad. Y casi tan fisiológica como el proceso mismo por el cual el manzano florece, fructifica y extiende simple, llana, generosamente, su fruto a quien quiera tomarlo.
 No obstante, en el olvido -o en la ignorancia- postmoderna de la felicidad, el malentendido perdura y se extiende. Nace de esa nuestra cultura del consumir la vida consumiendo, como la llamaría G. Lipovetsky. Y que, entre sus supuestos, cuenta con el de identificar tener felicidad con poseer, y esto, a su vez, con ser feliz. No se llega a advertir que feliz se es desde el hacer que se da, y que la felicidad no se tiene, porque la felicidad no puede ser poseída, sino sida. Ni tampoco se advierte que el gozo no nace de las cosas, sino de las raíces que, haciendo, dan fruto y comparten el fruto-gozo.
 Así de simple es esto: que el ser no es desde el tener, sino desde el hacer. Que ser feliz es ser. Que ser para el hombre -desde la metáfora vegetal- es fructificar. Que fructificar está las antípodas del tener y ningún narcisismo puede erigirse desde él. Que dar fruto es para alimentar. Que ambas cosas son gozosas. Y que esto, finalmente, significa ser feliz.
 Un antiguo mito quiché dice que el hombre fue creado feliz: que fue creado perfecto porque fue creado alimento. Que ser hombre es ser alimento para el hombre. Dice, también, que esta perfección produjo envidia en los mismos dioses que así lo habían creado. Y que desde entonces quedó velada la mirada de los hombres...
 Quizás lo que hoy profunda y dolorosamente ansiemos sea descubrir el gozo o regresar a él. Compartir el fruto que cada uno ha de intentar ser para el otro, dejando nacer -ser- lo que desde sí se es. Cumplir, entonces, el mandato raigal de ser feliz. Para lo cual lo primero habría de ser descorrer, todo lo que se pueda, el velo con que la envidia de los dioses enturbió nuestra mirada.

1 comentario:

  1. Encuentro, como siempre, en sus escritos, gran erudición. No me considero capaz de formular una réplica… un comentario. Usted no deja ningún resquicio para que sus lectores puedan cuestionarlo. Su tratado sobre la felicidad es perfecto, si se me permite decirlo.

    Sin embargo, me atrevo a citarlo y parafrasearlo. Me encanta escuchar “Que fructificar está en las antípodas del ‘tener’… “Que dar fruto es para alimentar. Que ambas cosas son gozosas. Y que esto, finalmente, significa ser feliz”.

    Sí. Parece ser que “tener” y “ser” están divorciados y son diametralmente opuestos.

    Después de mencionar el mito quiché, que me fascinó, agrega: “Quizás lo que hoy profunda y dolorosamente ansiemos sea descubrir el gozo o regresar a él”. Señor, por favor, usted se da en sus escritos y nutren el intelecto y el corazón de quien tiene acceso a estos. Usted comparte el fruto “que cada uno ha de intentar ser para el otro, dejando nacer –ser– lo que desde sí se es”.

    ¿No se da cuenta que usted cumple el mandato raigal de ser feliz?

    Yo descorrí ese velo que los envidiosos dioses habían enturbiado mi mirada. No puedo concebir que usted no lo haya hecho ya.

    Respetuosamente,

    Amabeli Cadena

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