sábado, 23 de enero de 2010

Cultura política y política cultural





El olvido de que el verdadero sentido de la producción cultural no se agota en su exhibición o en el “espectáculo” de sus realizaciones o artefactos –escritura, plástica, teatro, música, danza, etc.–  ha llevado a ese otro olvido: el de que toda cultura real es testigo insobornable y veraz del modo de pensar, sentir, obrar y hacer de una comunidad concreta y de su concreta raigambre y evolución histórica. Y, también, a aquel otro olvido: el de no atender a la dinámica de interacción que opera entre la cultura “establecida” o institucionalizada –estilos, poéticas, escuelas, modelos, paradigmas, instituciones- y aquella otra que día a día se construye desde la palpitante y viva interrelación social. Ésta va generando cambios en el modo de pensar, valorar y hacer desde las experiencias personales y comunitarias concretas de esa palpitante vida de todos los días (Lebenswelt), vida intransferible de cada quien en su potencial ambivalencia de poder ser fuente de creatividad o simiente de decadencia.

Atender a la cultura real y concreta de una comunidad es atender a ese modo de pensar, valorar y hacer que define el carácter, la índole, la identidad de la misma. Índole –o ethos en el decir de los griegos- que puede llamarse idiosincrasia cuando su solidez adquiere ese modo de ser (crasia) que emana de lo que es creativamente propio y peculiar (idio) comunitariamente vivenciado (sin). Por esto, atender a la cultura es atender a lo que es –se lo reconozca o se lo ignore- la verdadera raigambre vital de la identidad misma de toda comunidad viva.

Precisamente porque toda cultura concreta entreteje, desde su urdimbre histórica, pensar, sentir y hacer, le es pertinente todo el ámbito concreto del pensamiento, de los valores, de sus productos y del intercambio social en el que se expresa y vive. Por esto todo proceso involutivo o toda traba a su desarrollo se transforma, a su vez, en una involución de la identidad misma de la comunidad.

Sabemos que las condiciones objetivas de posibilidad del desarrollo cultural tienen que ver con las condiciones mismas de posibilidad del desarrollo creativo de esta identidad. Sabemos que la búsqueda de la identidad sólo es posible desde condiciones reales de libertad e igualdad de oportunidades emanantes de la comunidad misma. Sabemos que el fundamento de la eficacia comunitaria de todo gobierno es precisamente el desarrollo pleno del pensamiento, de los valores y de las obras de la comunidad que le ha confiado la administración eficaz de los medios pertinentes a ese logro. Y también sabemos que esto no es posible sin el conocimiento de los pensamientos y obras de otras culturas y de aquel sustrato que a todas ellas permea: la infatigable búsqueda del sentido del convivir humano que, a través de milenios, venimos intentando con distintos éxitos y diferentes fracasos.

Valga recordar que, en regímenes fuertemente clientelares, es la propia cultura política ejercida la que de hecho imposibilita todo desarrollo cultural auténtico en las poblaciones a ellos sometidas. Es claro que a una cultura política clientelar han de corresponderle políticas culturales de igual índole. 

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