lunes, 10 de octubre de 2011

Pautas básicas para el prediseño de políticas culturales


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  1. Es intención de estas líneas señalar algunas instancias conceptuales que permitan trazar pautas básicas para el diseño de propuestas políticas en materia cultural que sean acordes con un concepto no restringido de cultura y, a la vez, en consonancia con las necesidades reales de la ciudadanía, de la consolidación de su convivencialidad y de las expresiones –históricas, actuales y potenciales- en que la misma se substancia, se transmite, se comunica y se reproduce.
Quizás no sea ocioso recordar que, en última instancia, y desde una añeja metáfora agraria, una sociedad culta es una sociedad cultivada. En ella se han sembrado, a lo largo del tiempo, visiones, valores, normas, ritos, pautas de convivencia, tradiciones, historias, comportamientos, pactos tácitos y explícitos, expresiones espontáneas y elaboradas (artes de distintas índoles), que se tornan reales y visibles en la cotidianeidad, en esa única vida real que es la vida de todos los días (y que el pensamiento alemán llamó Lebenswelt, mundo de la vida). Es precisamente en ese mundo real de la cotidianeidad donde se tornan visibles los frutos comportamentales de los valores sembrados y cultivados.
Es, por tanto, precisamente ese mundo de la vida –el de todos los días, el de la cotidianeidad- la morada real de la cultura. En esa cotidianeidad se encarnan los valores que para una comunidad concreta –un pueblo, una ciudad, un partido, una nación- son significativos e irrenunciables, y también aquellos otros que, conforme a exigencias circunstanciales, pueden tornarse negociables, sustituibles o suprimibles.
Sólo a partir de un análisis de la cotidianeidad –de esa vida de todos los días- es posible detectar los valores reales (y los disvalores) que estructuran la convivencia y sus expresiones (usos, costumbres, tradiciones, educación, normas de urbanidad, festividades, ritos y niveles de reciprocidad, modalidades expresivas, productividad artesanal y estética (plástica, literatura, teatro, danza, música…), traslados, intercambios con otras comunidades…)... No es otra cosa la cultura que la estructuración dinámica y proactiva de la idiosincrasia de una comunidad en la cotidianeidad concreta, productiva y expresiva de un pueblo. (Es, a su vez, obvio que posibles y determinados disvalores culturales alojados en las entrañas de una comunidad constituyen fuerzas entrópicas que han de conducirla al caos.)  
En consecuencia es la investigación y el análisis de esa vida de todos los días lo que ha de ser metodológicamente previo y prioritario punto de partida en el diseño de una política cultural que se quiera real y efectiva. Obviar esta exigencia conducirá a recaer en esa ya trillada demagogia que, apelando al solapado reduccionismo propio de la cultura-espectáculo, termina siendo involutiva y entrópica respecto de la concreta cotidianeidad convivencial de la comunidad, además de tornar ineficiente en ella toda inversión posible del dinero público.
Si es la cultura la que define la idiosincrasia y el grado de desarrollo de una comunidad, no ha de ser ajeno a la política de Estado –nacional, provincial, municipal- el análisis de su situación concreta y el diseño de una estrategia de acciones culturales oportunas y acordes a sus oportunidades, fortalezas, amenazas y debilidades.  

2. Subyaciendo a esta propuesta el supuesto de que es esa vida de todos los días la tierra real en la que han de cultivarse –arraigarse y desarrollarse- valores y en la que también, entrópicamente, se da el arraigo de disvalores, se torna obvio que son los valores estratégicamente pertinentes a la formación, consolidación y desarrollo de la cultura comunitaria –política- los que han de ser activamente comunicados, promovidos y cuidados (cultivados).
De este modo la vida de todos los días se verá eficazmente asistida en su autorrealización como comunidad de valores encarnados en su convivencialidad y en la creatividad autoexpresiva propia del pensamiento, de las costumbres, de los ritos propios de la cotidianeidad convivencial, de las artes, del desarrollo tecnológico...

3. Cabe, metodológicamente, la pregunta acerca de qué es y qué significa en sus vidas, para el común de los habitantes de un pueblo, de una ciudad o de un país “la cultura”. Quizás sólo aquello que lleva el rótulo de “Cultura” a partir de las comunicaciones oficiales o de las noticias periodísticas, o, simplemente, del uso reduccionista, acrítico –no culto- del término.
Y, también, cabría esa otra pregunta sobre qué le confiere, en una sociedad determinada, a una persona el atributo de culta. Si es ello su erudición, su nivel de información, su capacitación intelectual, sus capacidades creativas, sus modales, su pertenencia a un determinado estrato socioeconómico, su situación laboral…
Obtener una respuesta a ambas podría proveer un punto de partida para el diseño de una estrategia de desarrollo cultural que cubra carencias y cultive y actualice potencialidades.  

4. Si, por una parte, la cultura no se agota en sus expresiones estéticas y eruditas, sino que expresa los valores realmente ejercidos en la convivencialidad de la vida de todos los días, y, por otra, si son esos valores los que estructuran su visión de la vida y el sentido a ella adscripto, es esperable la formación y consolidación de una comunidad ciudadana que, orgullosa de su idiosincrasia, lo será también de su dirigencia política.

Concluyendo. Estas líneas suponen una visión político-antropológica respecto de qué ha de entenderse por cultura, evitando caer en generalizaciones sobre supuestos no fundados o prejuicios inveterados. A su vez, la idea-madre que subyace a esta visión es la de que hacer cultura es construir comunidad desde la comunidad ciudadana concreta y estimular, articular y promover las expresiones productivas, convivenciales, éticas y estéticas de la experiencia comunitaria de la misma.

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