máxime cuando no están acostumbrados a vivir libres…
manteniendo las mismas condiciones y no alterando las costumbres,
los hombres vivirán tranquilamente… no debe cambiar
(el nuevo príncipe) ni las leyes ni los intereses particulares…
NICOLÁS MAQUIAVELO, El Príncipe, III,3,16-17.
En ellos el hábito de ser esclavos está estrechamente ligado a su sobrevivencia. Todo hábito, de alguna manera, es un oficio. Y el que el esclavo ejerce de sol a sol es el de escamotearle mendrugos de vida a la muerte. Así transcurren sus días y sus noches. Esto se le torna natural. Toda esclavitud es -en un triste y malentendido juego contra la muerte– una suerte de trueque, cotidiano y prolongado, de libertad por supervivencia. Supone el doble error de creer que la libertad es una pieza canjeable en el juego de la vida. y que lo es impunemente. Que sea la vida la que pierda es inevitable. Pero la costumbre, artesana que todo lo lima y empareja, fragúa el consuelo de una nueva ilusión. Y la esclavitud besará las manos del amo por el festín concedido de su supervivencia.
Vegeta una felicidad melancólica en el alma de todo esclavo: la de sentirse seguro de sobrevivir, a pesar de la certeza inevitable de su vacuidad. Por ella es capaz de dar su vida, aunque diga ofrendarla por su amo. (Una suerte de orgullo yace en él, quizás porque orgullo y esclavitud son frutos de una misma indigencia). Todo esto es, por cierto, necedad. Y no se conoce necedad que no sea hija de alguna esclavitud.
La paradoja de la esclavitud es la de la libertad de ser esclavo. Nadie puede arrogarse la necia prerrogativa de nacer tal. Se nace libre, no esclavo, para hacerse -libremente, en última instancia- libre o esclavo.
No cambiar las leyes, no cambiar las reglas, no cambiar las condiciones ni los intereses particulares, no cambiar las costumbres. En esto radica, las más de las veces, el poder del amo. Y, sin duda, siempre desde esa falsa cortesía que tiene como objeto la tranquilidad del esclavo. Quizás el secreto de todo poder sea el ocultamiento de la propia debilidad en el tributo de honra que el esclavo le requiere bajo la forma de la tranquilidad. Hacer que nada se modifique, que la costumbre de la esclavitud tenga por compañera la costumbre de nada cambiar. Para que la esclavitud sea rancia y se pondere de ella, como su blasón, su inconmovible estabilidad frente a la encarcelada libertad. Trueques de monedas falsas, como necesariamente falsa es la relación entre amo y esclavo, poder y sujeción.
Agustín de Hipona había definido la paz como la tranquilidad que surge del orden, tranquilitas ordinis. Es curiosa esta definición que atravesó los siglos y cuya validez cultural todavía hoy perdura. Esta tranquilidad del orden no puede eliminar de la mente del hombre contemporáneo la sospecha de sutiles y nuevas esclavitudes. Ni tampoco el pensamiento de que toda negación del orden ha de ser necesariamente rebelión para el amo. Y más: que toda negación del orden justifique la represión o la guerra...
ooooo
(Una acotación final. Quitarse el hábito, el costume -el traje, la ropa- de la esclavitud es asumir el riesgo de mostrar la propia desnudez, la oculta y ocultada impotencia creativa de vida, y es, también, enfrentar el peligro de una muerte causada por la intemperie y la desprotección. Es quizás este temor a la desprotección el mayor y más sutil enemigo de la libertad y el aliado más eficaz de la esclavitud... Finalmente, inducir a la sujeción, condicionar la costumbre, hacer palanca sobre los temores son, entre muchas, formas eficaces de transformar a hombres nacidos libres en esclavos. Sólo pueden ser agentes de esta inicua transformación aquellos que, nacidos libres, optaron por la esclavitud de ser amos).